El poblamiento en la pampa del Tamarugal se realizó gradualmente, en torno a la única capilla del territorio.
La ocupación del Tamarugal se localizó en un sector de insipiente bosque, cercano a un pozo, donde se inicio la actividad minera. Surgiendo allí complejos arquitectónicos de buitrones, con oficinas y patios de molienda, de amalgama, canchas, además de recintos cerrados de bodegas, dormitorios y todo lo necesario para poder habitar la zona. Como el mineral se encontraba allí mismo, los buitrones, casas y villas compartirán el mismo espacio.
Una vez que se procesaba el mineral, este se enviaba a San Lorenzo de Tarapacá y de allí a Arica.
De este modo, distintos investigadores indican que es a mitad del siglo XVIII que el Tamarugal comenzó a poblarse activamente, surgiendo un típico patrón rural disperso. Caracterizado por grandes casas con corrales, donde se criaban animales, como burros y cabras. A su vez, parte del poblado elaboraba carbón de leña, trabajaban en los buitrones o en las oficinas de procesamiento del mineral de plata.
A pesar del asentamiento, más menos, arraigado, la vida en La Tirana era compleja dada la continúa llegada de emigrantes en búsqueda de trabajo. El problema de aquello, era que no había oferta laboral para todos los demandantes y por tanto, la fuerza de trabajo ociosa terminaba por delinquir y vivir en la mendicidad.
A pesar de aquello, La Tirana, pasó a ser el eje de la movilidad poblacional de la zona, entre Huantajaya, Tamarugal, Tarapacá y Pica. En ese entonces, la Tirana ya comenzaba a difundir el Culto al Carmelo.
A fines del siglo XVIII, destacan familias como Loyza de la Fuente de Pica y varios otros empresarios mineros, que poseían buitrones y oficinas en los bosques del Tamarugal. Para ese entonces, era indicador de riqueza poseer pozos y esclavos negros.
En el Tamarugal se concentraban familias en distintos enclaves mineros, conduciendo a un poblamiento estable y local que proviene en su mayoría de Pica y Matilla.