Si bien se trató de evangelizar a los incas y aymaras, estos aún practicaban sus ceremonias tradicionales. Pues estas no sólo eran una parte de su cultura, sino que eran el eje de su cosmovisión. De esta manera, dejar atrás sus creencias y ritos, significaba dar paso a la destrucción de su identidad y ser indígena. Por lo mismo, el énfasis de la corona por convertirlos. Es así como la iglesia, al darse cuenta que los nativos no dejaban de lado sus credos decidieron prohibirlos. De esta manera, los naturales, en apariencia cedieron a la religión impuesta por los conquistadores. Pero un día Francisco Avila, párroco de Huarochi descubrió que sus fieles católicos en secreto practicaban los cultos de sus antepasados, que para él eran una red clandestina de hechiceros. Y desde ese minuto, comenzó una lucha terrible y descarnada de extirpación de las idolatrías.